viernes, 26 de septiembre de 2014

Meditación

Nuestra época, marcada por la velocidad, la inmediatez y la superficialidad, adolece de tensión extrema. La enfermedad de nuestro tiempo se llama estrés. La presión para conseguir aquello que nuestra sociedad identifica como el “éxito” hace que muchos (por no decir casi todos) pierdan la paz, la salud… ¡y la cordura!





El Señor nos invita a reposar en él. Los caminos de Dios son diferentes a los nuestros y sus pensamientos son sublimes. Aunque nos esforcemos por querer disfrazar nuestros propios anhelos con la apariencia de la voluntad divina, esa fantasía dura poco. El suave murmullo del Señor es oído solamente por los que prestan atención.
 
“Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza.” Salmos 62.5

 
La meditación cristiana es, principalmente, un acto de amor. El amor verdadero exige pasar tiempo con el amado, con la amada. Tiempo de intimidad, de mutuo conocimiento, de profunda comunión. La meditación es un tiempo de quietud y descanso en la presencia del Señor, para deleitarnos en su Misterio, en su Amor, en su cuidado por nosotros.



La práctica de la meditación es simple, sencilla, pero no es fácil. No hay camino fácil en el amor verdadero. El requisito primordial es el tiempo, no hay necesidad de apurarse, no puede haber prisa. Seguidamente nos internaremos en este camino dando algunos pasos sencillos: relajarse; prestar atención; silenciarse; y agradecer.



Relajarse: Es necesario para la meditación un ambiente callado y confortable. Luego, aprovechando la quietud del ambiente, debemos relajar el cuerpo y aquietar la mente. Meditar es descansar en el Señor.



Prestar atención: En la meditación enfocamos nuestra atención en Dios, en su Presencia, su Naturaleza y su Misterio, ninguna otra cosa debe distraernos. Todos nuestros pensamientos, toda nuestra voluntad y toda nuestra emoción deben estar atentos hacia el Señor.



Silenciarse: El propósito del silencio es calmar la corriente de los pensamientos para oír el suave murmullo de la voz del Señor. Si nuestra pusimos toda nuestra atención en Dios, su presencia nos asombrará y nos dejará absortos en el silencio de su belleza y su infinito amor. Dios nos habla en el silencio.



Agradecer: Compartir tiempo con el Señor y disfrutar de su Presencia nos impulsarán a expresar nuestra gratitud. La gratitud es humildad y cariño. Humildad por saber que el Señor de todo ha pasado tiempo a solas con nosotros; y cariño despertado por ese amor que crece en el silencio.



“Guarda silencio ante el Señor, y espera en él.” Salmos 37.7

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