lunes, 8 de septiembre de 2014

La divina alegría


Cuando era un adolescente sentía aversión por todo lo que fuese o tuviese apariencia de religión, en particular por el cristianismo como yo lo conocía, o al menos como creía conocerlo. A mis ojos, el mensaje cristiano se reducía a fomentar el desprecio por la vida y acariciar una morbosa atracción por la muerte. Prohibiciones, culpa, temor, odio, y un terrible vacío que lo llenaba todo.
Pero, contrariamente a esa religiosidad perversa, la revelación principal del mensaje de Jesús es la presencia constante y la accesibilidad de Dios, que es un Padre amoroso, y la creencia de que Dios no solamente trasciende el Universo, sino que también es cercano a todos y está presente en todo. Si de verdad creemos en la existencia de Dios y en su constante presencia, deberíamos estar felices y alegres. Dios posee todo el poder, eso significa omnipotente, y Dios es bueno, eso significa que su omnipotencia siempre obra el bien. Entonces, si lo que Jesús dijo es verdad, la vida es esencialmente buena.
Salgamos hoy al mundo con una sonrisa. En presencia de Dios, de nuestros semejantes y, sobre todo, de nosotros mismos, sonriamos. Si enfrentamos la vida y nuestras relaciones con cara de funeral, ¿Qué podemos esperar atraer del mundo? Todos conocemos personas que fingen una alegría espuria, y congelan en su rostro una plástica mueca con apariencia de sonrisa; una sonrisa de este tipo no es más que un gesto teatral. ¿Creemos realmente que Dios está presente y a nuestro lado permanentemente? Sonriamos y manifestemos la alegría de vivir, porque donde hay vida Dios está presente.

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